El enemigo brutal
Nos pone fuego a la casa:
El sable la calle arrasa,
A la luna tropical.
Pocos salieron ilesos
Del sable del espanol:
La calle, al salir el sol,
Era un reguero de sesos.
Pasa, entre balas, un coche:
Entran, llorando, a una muerta:
Llama una mano a la puerta
En lo negro de la noche.
No hay bala que no taladre
El portón: y la mujer
Que llama, me ha dado el ser:
Me viene a buscar mi madre.
A la boca de la muerte,
Los valientes habaneros
Se quitaron los sombreros
Ante la matrona fuerte.
Y después que nos besamos
Como dos locos, me dijo:
"¡Vamos pronto, vamos, hijo:
La niña está sola: vamos!"
jueves, 23 de febrero de 2012
EL ENEMIGO BRUTAL (JOSÉ MARTÍ)
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lunes, 20 de febrero de 2012
NIEVE EN CANADA
domingo, 19 de febrero de 2012
PLUS RIEN NE M´ETONNE
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domingo, 12 de febrero de 2012
IVAN TURGUENIEV (1818- 1883)
"Se siembra durante años.. años que se van como inviernos. Llegas a creer que no existe la primavera... Y de pronto ¡Ahí está el sol!"
domingo, 5 de febrero de 2012
MAHANA NO ATUA (GAUGUIN)
LOA DEL ESTUDIO (BERTOLD BRECHT)
¡Estudia lo elemental! Para aquellos
cuya hora ha llegado
no es nunca demasiado tarde.
¡Estudia el "abc" !No basta, pero
Estúdialo. ¡No te canses!
¡Empieza! ¡Tú tienes que saberlo todo!
Estás llamado a ser un dirigente.
¡Estudia, hombre en el asilo!
¡Estudia, hombre en la cárcel!
¡Estudia, mujer en la cocina!
¡Estudia, sexagenario!
Estás llamado a ser un dirigente.
¡Asiste a la escuela, desamparado!
¡Persigue el saber, muerto de frío!
¡Empuña el libro, hambriento! ¡Es un arma!
Estás llamado a ser un dirigente.
¡No temas preguntar, compañero!
¡No te dejes convencer!
¡Compruébalo tú mismo!
Lo que no sabes por ti,
no lo sabes.
Repasa la cuenta,
tú tienes que pagarla.
Apunta con tu dedo a cada cosa
y pregunta: "Y esto, ¿de qué?"
Estás llamado a ser un dirigente
cuya hora ha llegado
no es nunca demasiado tarde.
¡Estudia el "abc" !No basta, pero
Estúdialo. ¡No te canses!
¡Empieza! ¡Tú tienes que saberlo todo!
Estás llamado a ser un dirigente.
¡Estudia, hombre en el asilo!
¡Estudia, hombre en la cárcel!
¡Estudia, mujer en la cocina!
¡Estudia, sexagenario!
Estás llamado a ser un dirigente.
¡Asiste a la escuela, desamparado!
¡Persigue el saber, muerto de frío!
¡Empuña el libro, hambriento! ¡Es un arma!
Estás llamado a ser un dirigente.
¡No temas preguntar, compañero!
¡No te dejes convencer!
¡Compruébalo tú mismo!
Lo que no sabes por ti,
no lo sabes.
Repasa la cuenta,
tú tienes que pagarla.
Apunta con tu dedo a cada cosa
y pregunta: "Y esto, ¿de qué?"
Estás llamado a ser un dirigente
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LA CIUDAD DE AGUA
Sueño adentro, allí donde no alcanza la férrea lógica del mundo, se llega a unas tierras de sal y bronce, que rodean con ásperos vapores la ciudad de agua, haciéndola invisible a los ojos humanos. Sólo al cruzar este ardiente desierto real, que hiere los sentimientos más puros, armado de paciencia infinita y extrema decisión, podrás llegar a sus confusos límites. Entonces, verás la ciudad, envuelta en su húmeda y volátil paz que no conoce tiempo. Desde ese momento, ya no hay lugar para sorpresas. Tus ojos no te engañarán. Dos cataratas entrelazadas, forman una súbita escalera que asciende hasta las mismas puertas del castillo de agua, sostenido, como toda la ciudad, por la envolvente fuerza de la magia, convertida en realidad desde la nada. Así se hizo la ciudad del agua, ilusión vestida de frágil apariencia, piedra líquida de dudosa consistencia, onírico refugio sostenido por recios muros de agua.
El castillo es el centro del mundo, la morada de Neptuno, rey del mar y los sueños, de la lluvia y las mareas. Él fue el titánico constructor de la ciudad, en su origen sin memoria. El castillo es su trono y su refugio. Desde una de sus torres transparentes, se pueden ver los cuatro cauces que se unen, humildes, en el Gran Lago central. Cuatro cauces, cuatro vertientes, como venas desplegadas, mezcladas en una corriente de vida, que da forma a la ciudad. Neptuno la creó dulce y tranquila, ajena a humanas destrucciones. En ella, todo es de agua: las calles, las sillas, las miradas de la gente, disimuladas detrás de amplios ventanales de agua.
También sus habitantes son de agua, y son parte indivisible de la propia ciudad. Seres vivos hechos del mismo material que los sueños, seres que viven y sueñan. La pertinaz sequía empequeñece sus casas y amenaza con romper la solidez de las acuáticas piedras que les dan cobijo, esa es su única preocupación. Lo comentan, perdida la mirada, en la plaza de arena, círculo central de la ciudad, que es como una isla de lucidez en medio del onírico paisaje. Se quejan también en las herrerías de agua, en los angostos pasillos de los palacios, en los recónditos páramos salinos donde se cultivan las algas del plenilunio. Todos acaban por creer, por querer creer, que este mal momento pasará, como ya ocurrió en otras ocasiones. No saben el peligro que corre su propia existencia. Una misteriosa sombra les acecha y pretende acabar con la ciudad. Y esa sombra eres tú, hijo del sol, enviado de tierra. Tú que estás dispuesto a cumplir el mandato de tu padre sol, tú, cuya misión consiste en convertir el agua en sólo agua, sin figuras ni paisajes que vayan más allá de tu seca realidad.
Hoy tus planes se harán realidad, para eso has navegado tantos días, desde el caliente reino solar. Quieres contemplar la destrucción de la ciudad desde la misma torre de Neptuno, tu mortal enemigo. Las naves ya se agitan en el límite de la atmósfera, esperando tus órdenes. Mientras tanto, la ciudad se despierta con su permanente sonido de lluvia sobre mar en calma. Los días se miden en porciones de agua. La luz hace brillar la ciudad. Los nenúfares pasean corriente abajo, entre señoriales mansiones de agua, de una riqueza aún no vista en tierra alguna. Atraviesan puentes de nieve y fantasmagóricos bosques de helechos, llegan incluso a los límites del desierto, respiran su aire viciado y metálico y vuelven para descansar a las plácidas lagunas interiores. El sol se refleja en los canales y los estanques. Nace el día entre cristalinos cantos de sirena, que aún hipnotizan a quien lo quiera escuchar. Todo parece tranquilo, agónicamente irreal. El sol sigue presente, como tantos días, aunque cada gota de la ciudad añora las altas nubes que, en otro tiempo, regaban sus sueños. Millones de gotas diferentes entre sí, se desperezan con su particular forma casi sólida, desafiando el poder de tu padre, que brilla sobre ellas como una permanente amenaza. Tu padre, el sol, el que calienta lo que ha de permanecer frío, el que reina en la confusión, como suele hacer desde los orígenes del mundo.
Y, precisamente, en la esfera del sol aparece un punto, como un mal augurio. Un punto que se acerca. Neptuno, que ya esperaba este momento, lo está viendo, con aire preocupado, desde su torre. Tú también tienes la mirada en lo alto. Es el gran momento para tu dudosa gloria. No podías permitir que en tu tierra, sólida como un martillo, brote lo que no es ni puede ser cierto, que florezca y permanezca desafiante al eterno poder del sol. A tu inclemente padre ofrecerás este sacrificio. Quieres ser su hijo predilecto, atento siempre a los deseos de tu señor, esperas ser quemado en su yerma sabiduría de escarpada roca y calcinado desierto. El sol odia la absurda presencia del agua, que se mezcla con la sal para intentar ir más allá, anegando la tierra.
Las torres de agua parecen agitarse levemente al verte pasar, envuelto en orgullo. Tus ojos podrán ver la derrota del volátil Neptuno, el acuático ser que rechazó las razones del sol, el rey que todo lo posee. Las naves ya se acercan con su mortal carga. Puedes distinguir sus amenazadoras figuras recortándose en el cielo. Sabes que la ciudad no se puede defender, es demasiado frágil para soportar tu embravecida furia. Sonríes con torcido gesto. Tu mortífero plan está a punto de llevarse a cabo. Te lo sugirió el mismo sol desde su ardiente infierno. Esta vez nada va a fallar. Tu plan es metódico hasta en los últimos detalles. Todo es metódico en tu vida, incluso la maldad. El pánico devora, como un ciclón, a los habitantes del agua. El gran lago se convierte en remolino, intenta salvarse girando sobre sí mismo. Se alza, cae y explota, arrasando la ciudad, llevando a su paso puentes, estatuas y farolas. La ciudad se deshace de terror ante tu castigo. Las caracolas y las medusas vuelven a ser sólo agua, saltan y se confunden al desaparecer. El agua desborda al agua misma, justo antes de que se desate tu ira, por tanto tiempo contenida.
Algo ha fallado, algo que no habías previsto. También tú eres arrastrado por la sinfonía del caos que te rodea y que tú mismo has provocado. El mundo en movimiento. Caes, te ahogas, te fundes con el enemigo que agoniza. A la hora convenida, las naves dejan caer su carga sobre la agitada ciudad. Se trata de una descomunal esponja, tan grande como lo pálida y lejana luna, un mortal artefacto digno de tu padre, el viejo y necio sol. Todo rastro de agua debe desaparecer, para consuelo de todos aquellos que viven amarrados a la tierra. Su existencia es perniciosa para los vasallos del sol. Dentro de poco (tú ni lo verás), todo será sal y bronce, un nuevo desierto. Tal vez, aunque no lo quieras, Neptuno pueda escapar del desastre, gracias a su inmensa sabiduría de sueño encendido y pleamar, y planee construir otra ciudad a partir de algún pequeño charco. Tú ya no lo podrás impedir. La crueldad te arrastró, confundido en agua, para que puedas sentir su mismo final.
En ese momento, la esponja se estrella contra el suelo con un golpe seco, acabando con todo resto de vida, de esperanza. El agua acaba siendo consumida y tú, agonizante, empiezas a pensar si mereció la pena la pretensión de ser el hijo predilecto de Dios.
viernes, 3 de febrero de 2012
WALT WHITMAN (1819-1892)
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