martes, 6 de diciembre de 2011

SEGUNDA PARTE

Las revoluciones se han dado en todas las épocas, a lo largo de todo el mundo y con algunas características parecidas. Cada una tuvo sus particularidades, según el momento y el lugar. Mucho se podría decir de cada una de las características de cada revolución y no son pocas las cosas que se podrían aprender al llevar a cabo los pertinentes análisis, pero esta vez se trata de hacer algo nuevo, tanto en los medios como en los fines que se persiguen.
Lo primero que tiene que cambiar es la mentalidad del ser humano. Ésta debe ser una revolución desde el interior, no tanto pensada como sentida, hecha desde el corazón y no desde la cabeza. Y no ha de ser violenta, pero sí firme en sus principios y en la lucha. Porque es evidente que tendrá que haber lucha, pero nosotros elegiremos el campo de batalla. En todo caso, aún falta mucho para llegar a ese extremo. Primero, como digo, es necesario remover las esencias humanas, cambiar nuestras escalas de valores y descubrir qué es realmente importante para que cada ser humano pueda tener una vida digna y qué entendemos por tal. Es un largo camino, que empieza dentro de cada uno, un camino que ya muchos han comenzado a transitar y será de ellos de los que dependa que otra gente pueda seguir su ejemplo.
No se trata de profesar una determinada doctrina o credo religioso ni de unificar pensamientos, ajustándolos a las creencias de otros. Cada persona es distinta y, por lo tanto, debe tener su propio aprendizaje en su particular viaje a Itaca. Una de las maneras que tiene el poder para atraparnos en su juego es mantener nuestra atención fija en el exterior. Les conviene tenernos pendientes del trabajo, de la televisión, de las competiciones deportivas, de las nuevas tecnologías, de las noticias, lo importante es tenernos permanentemente ocupados para evitar que nos adentremos en el peligroso camino interior, la espiritualidad, el conocimiento de uno mismo, la sabiduría. Pensar es ya una forma de sublevarse y eso asusta (hasta cierto punto, porque la sartén la siguen teniendo por el mango) al poder.
Como digo, no creo que haya una única forma de empezar a conocerse y descubrir el inmenso potencial que tenemos, las cosas que podemos llegar a conseguir, a ser, la cantidad de libertad y felicidad que tenemos a nuestro alcance. El punto de partida puede ser cualquiera, siempre que se mantenga alejado de las manipulaciones del poder. La naturaleza puede ser un buen comienzo, la religión también lo es, al menos en la parte de la búsqueda de Dios, se llame como se llame, y no tanto en la vertiente dogmática, manipuladora, oficialista, aliada a veces con el poder, incluso con la más vergonzante dictadura militar. También lo puede ser el arte, el yoga, la ayuda humanitaria, el misticismo sufí, cultivar la tierra, un viaje a la India menos conocida o la vida de ermitaño. En la búsqueda de ese algo, llámese Dios o como quiera que sea, según cada uno, llegaremos a las antípodas del poder. Seremos libres, felices, buenas personas, y cada vez nos resultará más extraña y molesta la persistencia de ciertos esquemas socio- económicos y de las trampas que tiende el poder, ahora más evidentes que nunca. Entonces es cuando llega la verdadera indignación, desde un entorno fuertemente anti-político que busca otra forma de entendimiento, con la firme convicción de que nada es eterno, y menos un sistema que es, en esencia, injusto. Y tras esto, una retahíla de preguntas, a cual más peligrosa. ¿Qué es y para qué sirve un país? ¿Y un ejército? ¿Quién mejor que yo mismo me va a representar? ¿Por qué unos nadan en la abundancia de la manera más impúdica y otros mueren de hambre?
Y ese es el momento en el que ha de pasarse de la serena contemplación de nosotros mismos a, tras echar una mirada al exterior desde ese punto de vista, la acción más devastadora, metafóricamente hablando. Pero eso ya parece tema para un tercer capítulo, más interesante, si cabe.

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