miércoles, 28 de diciembre de 2011

TERCERA PARTE

Actualmente, el poder es un concepto etéreo, difícilmente definible, en el que resulta mortalmente complicado saber quién lo ostenta en realidad. Por concepto, según la definición de democracia, el poder está en manos del pueblo, es decir, de todos, delegado por votación en el partido mayoritario, que lo ejerce siguiendo el mandato popular. Siendo la teoría así de explícita, poco hay que añadir. Pero sucede, y no hay que ser un lince para darse cuenta, que la teoría, tan bien pergeñada, perfecta para un planteamiento ético de la política, se parece bien poco a lo que realmente ocurre, hasta el punto que el todopoderoso pueblo (del que emanan todos los poderes, según se refleja en la Constitución) se halla a merced de los que realmente rigen nuestro destino para su beneficio. La política no existe como tal, se limitan a gestionar los presupuestos públicos (de forma absolutamente nefasta, por cierto), haciéndonos creer que el mayor éxito de un gobierno, de cualquier gobierno, consiste en rebajar dos puntos el déficit público. Se necesitan buenos gestores y no buenos políticos, de eso se trata. Tal vez por eso, un gobierno, ni es el verdadero poder ni puede aspirar a serlo. Tengo para mí que la naturaleza de lo que he dado en llamar “verdadero poder”, es también de carácter económico, pero mana por cauces muy diferentes a la mera gestión de una crisis. En esos ambientes, donde las rentas alcanzan un nivel escandaloso, apenas se dan cuenta de las crisis. Ellos tienen su calidad de vida, sus empresas repartidas por todo el mundo, conducen sus yates justo después de haber vendido una partida de misiles a un país del Tercer Mundo. Son presidentes de bancos, especuladores, poseen grandes imperios empresariales, cadenas de comunicación, organizan guerras por el petróleo y escriben la historia oculta de cada país, esa que no conoceremos hasta pasados cien años. Y eso no va a cambiar, no quieren que cambie.
El verdadero poder económico, el que no se elige en unas elecciones, el que en realidad nos gobierna, aunque no quita ni pone gobiernos, se adentra en los vericuetos de la ley, aprovechándose de su privilegiada situación, queriendo todavía, para público asombro, más parte en el pastel, cuanto más, mejor, no importan las consecuencias. Quieren la globalización de la economía y, sin duda alguna, ya la tienen desde hace tiempo. Y si la justicia no importa, qué puedo decirles de la ética. Eso es un asunto para románticos idealistas. Si hay que talar toda una selva, se tala; Si hay que apoyar a un personaje sin escrúpulos en su ascenso al poder, se apoya; si hay que tirar alimentos al mar para que suba el precio de ese producto mientras mil millones de personas mueren de hambre, no cabe duda de que se hará. Atan a las personas, a los países, a base de créditos que generan deudas colosales, pero siempre encuentran algo nuevo que vender, algo completamente necesario, por supuesto, un nuevo paso en la ciencia y la tecnología.
Este nebuloso poder está, evidentemente, por encima de cualquier otro poder, traspasa fronteras y no entiende de ideologías. El dinero es la única meta, es la vara de mando que acalla conciencias a base de confusión, y ellos lo tienen a manos llenas. Lejos de ese mundo hecho a su medida, a una gran distancia por debajo, casi a nivel de lo anecdótico, está el poder ese que emana de la decisión popular, el que se vota. Ahora tenemos un gobierno que más bien parece una gestoría, que se dedica a recortar todo lo recortable en el que bien se sabe quién va a llevar siempre la peor parte, mientras ellos siguen acumulando privilegios, a los que a veces se llegan a creer que son derechos propios de su clase. Da igual ser senador, parlamentario, director general, portavoz o simple concejal de un ayuntamiento de medio pelo. Lo que importa es el beneficio, las prebendas propias del cargo.
Contra esas dos clases de poder, uno democrático, legal, y el otro, digamos, por encima de toda Ley, debemos alzarnos, demostrar que hay otras formas de organizarse y de administrarse, mucho más justas, ateniéndose a la premisa que el poder emana del pueblo, cosa que ya costó mucho conseguir, incluso a nivel teórico. Porque andando en esta dirección, está más que demostrado, vamos directos a la destrucción del planeta, aunque lo peor no es, siendo grave, que nos estén buscando la muerte, es que, además, nos están estropeando la vida. Ya empiezan a surgir nuevas conciencias criticadas hasta la saciedad por los que aún creen que siguiendo así vamos a mejorar nuestras vidas ni siquiera un ápice. Pero esas conciencias tienen que hablar a los jóvenes, a los que ya no tienen nada que perder y sí mucha vida que vivir, a los que quedarán aquí cuando los socialmente adaptados ya no estemos. Cabe pensar qué mundo les vamos a dejar. Pero eso ya es tema para otro capítulo.

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