Es evidente la intención de mantener sojuzgada cualquier idea que conduzca al mundo a ser más justo y más libre otorgándole la etiqueta de “utópica”, bienintencionada pero francamente utópica, según ellos; a veces, incluso, en el límite del desorden público, lo que convierte ideas que, en sí, son justas, en peligrosas. Pero no les cuesta poner buena cara ante los que se oponen, siempre que se puedan conseguir votos. Esa es su forma de comportarse en el mundo. Se enfrentan a los defensores de otro orden social con la prepotencia del que se siente superior, del que no tiene nada que temer porque tienen de su parte la ley, los votos y, desde su estrecha visión de la realidad, la razón. La izquierda agota las metáforas integradoras para acaparar el movimiento entre sus la derecha cierra filas y no ven más que grupos desestabilizadores, por supuesto fuera de la ley, que quieren hundir el país en el caos, pero no van más allá de la preocupación. Ya se cansarán de pedir lo imposible.
Es cierto que nos encuadramos en un movimiento todavía emergente, que nuestro poder de convocatoria es voluble pero escaso, mientras se siga manteniendo la idea de que la única solución es seguir como estamos. También asumo que es difícil ponerse de acuerdo a la hora de dar soluciones y lo que es absoluta unanimidad en la oposición al actual estado de las cosas, se vuelve un mar de ideas en el que es difícil navegar, pues cada uno aporta sus creencias, distintas a la de cualquier otro. ¿Qué queremos conseguir realmente? ¿Qué camino debemos transitar? Y en esa laguna nos ahogamos irremisiblemente. Al menos, la oposición nos da fuerza, y no es poco saber qué es lo que no queremos. En eso ya no tenemos dudas. Empezamos a vislumbrar cuál es el mal, qué es lo que nos está matando y nuestra intención es acabar con ello. Es, digamos, una reacción directa contra lo que nos oprime de modo intolerable, y en ella sólo interviene el sentimiento, encauzado de una u otra manera. Pero a la hora de organizarse, de brindar nuevas alternativas, de crear un nuevo orden, acciones en las que interviene más la cabeza que las entrañas, nuestro empeño enflaquece.
No cabe duda que eso es la dispersión del momento, la necesidad de un cauce teórico que haga discurrir el torrente de nuevas ideas, cristalizadas en una sola voluntad. Apuesto que todo eso se irá aclarando, en manos de filósofos, economistas, científicos, literatos, cuyos pensamientos circulan en la misma dirección. Como los judíos al huir de Egipto en pos de Moisés, necesitamos un lugar hacia el que dirigirnos, la tierra prometida. Es comprensible que muchos se resistan a emprender un viaje sin alforjas hacia ninguna parte, y hace falta seguir sumando adeptos entre los que ahora nos miran incrédulos.
Acaso también necesitamos (yo creo que sí), algún tipo de líderes que representen todos esos valores teóricos y prácticos, que sirvan, además, para aunar voluntades en torno a las nuevas ideas, aunque no para ejercer ningún tipo de poder. Un líder representa, da una presencia física a una idea que no es suya, que es deliberada por todos. Para eso es necesario una sociedad inquieta y, por lo tanto, muy politizada o lo que es lo mismo, preocupada por lo que ocurre alrededor, con una visión amplia y clara de los problemas, sabiendo que nada es inamovible. Así, los líderes que surjan serán recolectores del trabajo de muchos, no pastores de inculto ganado. Serán, en fin, los que darán vida a las ideas, aportando su personalidad y su capacidad de aglutinar en torno a sí a cada vez más mayorías. Entonces, si se pondrán a temblar los privilegiados del mundo, porque la primera andanada va a ser contra ellos, contra su forma de dirigir el mundo, profundamente inmoral y carente de toda ética, contra la injusticia hecha forma de vida, contra la destrucción sistemática del planeta en su propio beneficio. Ya se están levantando los cimientos, pero el trabajo aún se presenta arduo.
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