viernes, 30 de diciembre de 2011
GOETHE (1749- 1832)
OTROS HABLAN (FEDERICO MAYOR ZARAGOZA)
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jueves, 29 de diciembre de 2011
PAZ EN EL BOSQUE
miércoles, 28 de diciembre de 2011
SONETO XCIX (PABLO NERUDA)
Otros días vendrán, será entendido
el silencio de plantas y planetas
y cuántas cosas puras pasarán!
Tendrán olor a luna los violines!
El pan será tal vez como tú eres:
tendrá tu voz, tu condición de trigo,
y hablarán otras cosas con tu voz:
los caballos perdidos del Otoño.
Aunque no sea como está dispuesto
el amor llenará grandes barricas
como la antigua miel de los pastores,
y tú en el polvo de mi corazón
(en donde habrán inmensos almacenes)
irás y volverás entre sandías.
el silencio de plantas y planetas
y cuántas cosas puras pasarán!
Tendrán olor a luna los violines!
El pan será tal vez como tú eres:
tendrá tu voz, tu condición de trigo,
y hablarán otras cosas con tu voz:
los caballos perdidos del Otoño.
Aunque no sea como está dispuesto
el amor llenará grandes barricas
como la antigua miel de los pastores,
y tú en el polvo de mi corazón
(en donde habrán inmensos almacenes)
irás y volverás entre sandías.
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TERCERA PARTE
Actualmente, el poder es un concepto etéreo, difícilmente definible, en el que resulta mortalmente complicado saber quién lo ostenta en realidad. Por concepto, según la definición de democracia, el poder está en manos del pueblo, es decir, de todos, delegado por votación en el partido mayoritario, que lo ejerce siguiendo el mandato popular. Siendo la teoría así de explícita, poco hay que añadir. Pero sucede, y no hay que ser un lince para darse cuenta, que la teoría, tan bien pergeñada, perfecta para un planteamiento ético de la política, se parece bien poco a lo que realmente ocurre, hasta el punto que el todopoderoso pueblo (del que emanan todos los poderes, según se refleja en la Constitución) se halla a merced de los que realmente rigen nuestro destino para su beneficio. La política no existe como tal, se limitan a gestionar los presupuestos públicos (de forma absolutamente nefasta, por cierto), haciéndonos creer que el mayor éxito de un gobierno, de cualquier gobierno, consiste en rebajar dos puntos el déficit público. Se necesitan buenos gestores y no buenos políticos, de eso se trata. Tal vez por eso, un gobierno, ni es el verdadero poder ni puede aspirar a serlo. Tengo para mí que la naturaleza de lo que he dado en llamar “verdadero poder”, es también de carácter económico, pero mana por cauces muy diferentes a la mera gestión de una crisis. En esos ambientes, donde las rentas alcanzan un nivel escandaloso, apenas se dan cuenta de las crisis. Ellos tienen su calidad de vida, sus empresas repartidas por todo el mundo, conducen sus yates justo después de haber vendido una partida de misiles a un país del Tercer Mundo. Son presidentes de bancos, especuladores, poseen grandes imperios empresariales, cadenas de comunicación, organizan guerras por el petróleo y escriben la historia oculta de cada país, esa que no conoceremos hasta pasados cien años. Y eso no va a cambiar, no quieren que cambie.
El verdadero poder económico, el que no se elige en unas elecciones, el que en realidad nos gobierna, aunque no quita ni pone gobiernos, se adentra en los vericuetos de la ley, aprovechándose de su privilegiada situación, queriendo todavía, para público asombro, más parte en el pastel, cuanto más, mejor, no importan las consecuencias. Quieren la globalización de la economía y, sin duda alguna, ya la tienen desde hace tiempo. Y si la justicia no importa, qué puedo decirles de la ética. Eso es un asunto para románticos idealistas. Si hay que talar toda una selva, se tala; Si hay que apoyar a un personaje sin escrúpulos en su ascenso al poder, se apoya; si hay que tirar alimentos al mar para que suba el precio de ese producto mientras mil millones de personas mueren de hambre, no cabe duda de que se hará. Atan a las personas, a los países, a base de créditos que generan deudas colosales, pero siempre encuentran algo nuevo que vender, algo completamente necesario, por supuesto, un nuevo paso en la ciencia y la tecnología.
Este nebuloso poder está, evidentemente, por encima de cualquier otro poder, traspasa fronteras y no entiende de ideologías. El dinero es la única meta, es la vara de mando que acalla conciencias a base de confusión, y ellos lo tienen a manos llenas. Lejos de ese mundo hecho a su medida, a una gran distancia por debajo, casi a nivel de lo anecdótico, está el poder ese que emana de la decisión popular, el que se vota. Ahora tenemos un gobierno que más bien parece una gestoría, que se dedica a recortar todo lo recortable en el que bien se sabe quién va a llevar siempre la peor parte, mientras ellos siguen acumulando privilegios, a los que a veces se llegan a creer que son derechos propios de su clase. Da igual ser senador, parlamentario, director general, portavoz o simple concejal de un ayuntamiento de medio pelo. Lo que importa es el beneficio, las prebendas propias del cargo.
Contra esas dos clases de poder, uno democrático, legal, y el otro, digamos, por encima de toda Ley, debemos alzarnos, demostrar que hay otras formas de organizarse y de administrarse, mucho más justas, ateniéndose a la premisa que el poder emana del pueblo, cosa que ya costó mucho conseguir, incluso a nivel teórico. Porque andando en esta dirección, está más que demostrado, vamos directos a la destrucción del planeta, aunque lo peor no es, siendo grave, que nos estén buscando la muerte, es que, además, nos están estropeando la vida. Ya empiezan a surgir nuevas conciencias criticadas hasta la saciedad por los que aún creen que siguiendo así vamos a mejorar nuestras vidas ni siquiera un ápice. Pero esas conciencias tienen que hablar a los jóvenes, a los que ya no tienen nada que perder y sí mucha vida que vivir, a los que quedarán aquí cuando los socialmente adaptados ya no estemos. Cabe pensar qué mundo les vamos a dejar. Pero eso ya es tema para otro capítulo.
El verdadero poder económico, el que no se elige en unas elecciones, el que en realidad nos gobierna, aunque no quita ni pone gobiernos, se adentra en los vericuetos de la ley, aprovechándose de su privilegiada situación, queriendo todavía, para público asombro, más parte en el pastel, cuanto más, mejor, no importan las consecuencias. Quieren la globalización de la economía y, sin duda alguna, ya la tienen desde hace tiempo. Y si la justicia no importa, qué puedo decirles de la ética. Eso es un asunto para románticos idealistas. Si hay que talar toda una selva, se tala; Si hay que apoyar a un personaje sin escrúpulos en su ascenso al poder, se apoya; si hay que tirar alimentos al mar para que suba el precio de ese producto mientras mil millones de personas mueren de hambre, no cabe duda de que se hará. Atan a las personas, a los países, a base de créditos que generan deudas colosales, pero siempre encuentran algo nuevo que vender, algo completamente necesario, por supuesto, un nuevo paso en la ciencia y la tecnología.
Este nebuloso poder está, evidentemente, por encima de cualquier otro poder, traspasa fronteras y no entiende de ideologías. El dinero es la única meta, es la vara de mando que acalla conciencias a base de confusión, y ellos lo tienen a manos llenas. Lejos de ese mundo hecho a su medida, a una gran distancia por debajo, casi a nivel de lo anecdótico, está el poder ese que emana de la decisión popular, el que se vota. Ahora tenemos un gobierno que más bien parece una gestoría, que se dedica a recortar todo lo recortable en el que bien se sabe quién va a llevar siempre la peor parte, mientras ellos siguen acumulando privilegios, a los que a veces se llegan a creer que son derechos propios de su clase. Da igual ser senador, parlamentario, director general, portavoz o simple concejal de un ayuntamiento de medio pelo. Lo que importa es el beneficio, las prebendas propias del cargo.
Contra esas dos clases de poder, uno democrático, legal, y el otro, digamos, por encima de toda Ley, debemos alzarnos, demostrar que hay otras formas de organizarse y de administrarse, mucho más justas, ateniéndose a la premisa que el poder emana del pueblo, cosa que ya costó mucho conseguir, incluso a nivel teórico. Porque andando en esta dirección, está más que demostrado, vamos directos a la destrucción del planeta, aunque lo peor no es, siendo grave, que nos estén buscando la muerte, es que, además, nos están estropeando la vida. Ya empiezan a surgir nuevas conciencias criticadas hasta la saciedad por los que aún creen que siguiendo así vamos a mejorar nuestras vidas ni siquiera un ápice. Pero esas conciencias tienen que hablar a los jóvenes, a los que ya no tienen nada que perder y sí mucha vida que vivir, a los que quedarán aquí cuando los socialmente adaptados ya no estemos. Cabe pensar qué mundo les vamos a dejar. Pero eso ya es tema para otro capítulo.
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lunes, 26 de diciembre de 2011
CLAUDE MONET
miércoles, 21 de diciembre de 2011
CONSEJOS PARA SER FELIZ (TERESA DE CALCUTA)
El día más bello, hoy
La cosa más fácil, equivocarse
El obstáculo más grande, el miedo
El mayor error, abandonarse
La raíz de todos los males, el egoísmo
La distracción más bella, el trabajo
La peor derrota, el desaliento
Los mejores maestros, los niños
La primera necesidad, comunicarse
La mayor felicidad, ser útil a los demás
El misterio más grande, la muerte
El peor defecto, el mal humor
El ser más peligroso, el mentiroso
El sentimiento más ruin, el rencor
El regalo más bello, el perdón
Lo más imprescindible, el hogar
La ruta más rápida, el camino correcto
La sensación más grata, la paz interior
El arma más eficaz, la sonrisa
El mejor remedio, el optimismo
La mayor satisfacción, el deber cumplido
La fuerza más potente, la fe
Los seres más necesitados, los padres
Lo más hermoso de todo, el amor
La cosa más fácil, equivocarse
El obstáculo más grande, el miedo
El mayor error, abandonarse
La raíz de todos los males, el egoísmo
La distracción más bella, el trabajo
La peor derrota, el desaliento
Los mejores maestros, los niños
La primera necesidad, comunicarse
La mayor felicidad, ser útil a los demás
El misterio más grande, la muerte
El peor defecto, el mal humor
El ser más peligroso, el mentiroso
El sentimiento más ruin, el rencor
El regalo más bello, el perdón
Lo más imprescindible, el hogar
La ruta más rápida, el camino correcto
La sensación más grata, la paz interior
El arma más eficaz, la sonrisa
El mejor remedio, el optimismo
La mayor satisfacción, el deber cumplido
La fuerza más potente, la fe
Los seres más necesitados, los padres
Lo más hermoso de todo, el amor
domingo, 18 de diciembre de 2011
PUERTA DEL SOL, 12J
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sábado, 17 de diciembre de 2011
lunes, 12 de diciembre de 2011
ESTO LO PODEMOS PERDER
domingo, 11 de diciembre de 2011
PALABRAS FUNDAMENTALES (NICOLÁS GUILLÉN)
Haz que tu vida sea
campana que repique
o surco en que florezca y fructifique
el árbol luminoso de la idea.
Alza tu voz sobre la voz sin nombre
de todos los demás, y haz que se vea
junto al poeta, el hombre.
Llena todo tu espíritu de lumbre;
busca el empinamiento de la cumbre,
y si el sostén nudoso de tu báculo
encuentra algún obstáculo a tu intento,
¡sacude el ala del atrevimiento
ante el atrevimiento del obstáculo!
campana que repique
o surco en que florezca y fructifique
el árbol luminoso de la idea.
Alza tu voz sobre la voz sin nombre
de todos los demás, y haz que se vea
junto al poeta, el hombre.
Llena todo tu espíritu de lumbre;
busca el empinamiento de la cumbre,
y si el sostén nudoso de tu báculo
encuentra algún obstáculo a tu intento,
¡sacude el ala del atrevimiento
ante el atrevimiento del obstáculo!
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LANGLOIS BRIDGE AT ARLES (VAN GOGH)
martes, 6 de diciembre de 2011
BERTRAND RUSSELL (1872-1970)
"Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo, se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes, llenos de dudas"
SEGUNDA PARTE
Las revoluciones se han dado en todas las épocas, a lo largo de todo el mundo y con algunas características parecidas. Cada una tuvo sus particularidades, según el momento y el lugar. Mucho se podría decir de cada una de las características de cada revolución y no son pocas las cosas que se podrían aprender al llevar a cabo los pertinentes análisis, pero esta vez se trata de hacer algo nuevo, tanto en los medios como en los fines que se persiguen.
Lo primero que tiene que cambiar es la mentalidad del ser humano. Ésta debe ser una revolución desde el interior, no tanto pensada como sentida, hecha desde el corazón y no desde la cabeza. Y no ha de ser violenta, pero sí firme en sus principios y en la lucha. Porque es evidente que tendrá que haber lucha, pero nosotros elegiremos el campo de batalla. En todo caso, aún falta mucho para llegar a ese extremo. Primero, como digo, es necesario remover las esencias humanas, cambiar nuestras escalas de valores y descubrir qué es realmente importante para que cada ser humano pueda tener una vida digna y qué entendemos por tal. Es un largo camino, que empieza dentro de cada uno, un camino que ya muchos han comenzado a transitar y será de ellos de los que dependa que otra gente pueda seguir su ejemplo.
No se trata de profesar una determinada doctrina o credo religioso ni de unificar pensamientos, ajustándolos a las creencias de otros. Cada persona es distinta y, por lo tanto, debe tener su propio aprendizaje en su particular viaje a Itaca. Una de las maneras que tiene el poder para atraparnos en su juego es mantener nuestra atención fija en el exterior. Les conviene tenernos pendientes del trabajo, de la televisión, de las competiciones deportivas, de las nuevas tecnologías, de las noticias, lo importante es tenernos permanentemente ocupados para evitar que nos adentremos en el peligroso camino interior, la espiritualidad, el conocimiento de uno mismo, la sabiduría. Pensar es ya una forma de sublevarse y eso asusta (hasta cierto punto, porque la sartén la siguen teniendo por el mango) al poder.
Como digo, no creo que haya una única forma de empezar a conocerse y descubrir el inmenso potencial que tenemos, las cosas que podemos llegar a conseguir, a ser, la cantidad de libertad y felicidad que tenemos a nuestro alcance. El punto de partida puede ser cualquiera, siempre que se mantenga alejado de las manipulaciones del poder. La naturaleza puede ser un buen comienzo, la religión también lo es, al menos en la parte de la búsqueda de Dios, se llame como se llame, y no tanto en la vertiente dogmática, manipuladora, oficialista, aliada a veces con el poder, incluso con la más vergonzante dictadura militar. También lo puede ser el arte, el yoga, la ayuda humanitaria, el misticismo sufí, cultivar la tierra, un viaje a la India menos conocida o la vida de ermitaño. En la búsqueda de ese algo, llámese Dios o como quiera que sea, según cada uno, llegaremos a las antípodas del poder. Seremos libres, felices, buenas personas, y cada vez nos resultará más extraña y molesta la persistencia de ciertos esquemas socio- económicos y de las trampas que tiende el poder, ahora más evidentes que nunca. Entonces es cuando llega la verdadera indignación, desde un entorno fuertemente anti-político que busca otra forma de entendimiento, con la firme convicción de que nada es eterno, y menos un sistema que es, en esencia, injusto. Y tras esto, una retahíla de preguntas, a cual más peligrosa. ¿Qué es y para qué sirve un país? ¿Y un ejército? ¿Quién mejor que yo mismo me va a representar? ¿Por qué unos nadan en la abundancia de la manera más impúdica y otros mueren de hambre?
Y ese es el momento en el que ha de pasarse de la serena contemplación de nosotros mismos a, tras echar una mirada al exterior desde ese punto de vista, la acción más devastadora, metafóricamente hablando. Pero eso ya parece tema para un tercer capítulo, más interesante, si cabe.
Lo primero que tiene que cambiar es la mentalidad del ser humano. Ésta debe ser una revolución desde el interior, no tanto pensada como sentida, hecha desde el corazón y no desde la cabeza. Y no ha de ser violenta, pero sí firme en sus principios y en la lucha. Porque es evidente que tendrá que haber lucha, pero nosotros elegiremos el campo de batalla. En todo caso, aún falta mucho para llegar a ese extremo. Primero, como digo, es necesario remover las esencias humanas, cambiar nuestras escalas de valores y descubrir qué es realmente importante para que cada ser humano pueda tener una vida digna y qué entendemos por tal. Es un largo camino, que empieza dentro de cada uno, un camino que ya muchos han comenzado a transitar y será de ellos de los que dependa que otra gente pueda seguir su ejemplo.
No se trata de profesar una determinada doctrina o credo religioso ni de unificar pensamientos, ajustándolos a las creencias de otros. Cada persona es distinta y, por lo tanto, debe tener su propio aprendizaje en su particular viaje a Itaca. Una de las maneras que tiene el poder para atraparnos en su juego es mantener nuestra atención fija en el exterior. Les conviene tenernos pendientes del trabajo, de la televisión, de las competiciones deportivas, de las nuevas tecnologías, de las noticias, lo importante es tenernos permanentemente ocupados para evitar que nos adentremos en el peligroso camino interior, la espiritualidad, el conocimiento de uno mismo, la sabiduría. Pensar es ya una forma de sublevarse y eso asusta (hasta cierto punto, porque la sartén la siguen teniendo por el mango) al poder.
Como digo, no creo que haya una única forma de empezar a conocerse y descubrir el inmenso potencial que tenemos, las cosas que podemos llegar a conseguir, a ser, la cantidad de libertad y felicidad que tenemos a nuestro alcance. El punto de partida puede ser cualquiera, siempre que se mantenga alejado de las manipulaciones del poder. La naturaleza puede ser un buen comienzo, la religión también lo es, al menos en la parte de la búsqueda de Dios, se llame como se llame, y no tanto en la vertiente dogmática, manipuladora, oficialista, aliada a veces con el poder, incluso con la más vergonzante dictadura militar. También lo puede ser el arte, el yoga, la ayuda humanitaria, el misticismo sufí, cultivar la tierra, un viaje a la India menos conocida o la vida de ermitaño. En la búsqueda de ese algo, llámese Dios o como quiera que sea, según cada uno, llegaremos a las antípodas del poder. Seremos libres, felices, buenas personas, y cada vez nos resultará más extraña y molesta la persistencia de ciertos esquemas socio- económicos y de las trampas que tiende el poder, ahora más evidentes que nunca. Entonces es cuando llega la verdadera indignación, desde un entorno fuertemente anti-político que busca otra forma de entendimiento, con la firme convicción de que nada es eterno, y menos un sistema que es, en esencia, injusto. Y tras esto, una retahíla de preguntas, a cual más peligrosa. ¿Qué es y para qué sirve un país? ¿Y un ejército? ¿Quién mejor que yo mismo me va a representar? ¿Por qué unos nadan en la abundancia de la manera más impúdica y otros mueren de hambre?
Y ese es el momento en el que ha de pasarse de la serena contemplación de nosotros mismos a, tras echar una mirada al exterior desde ese punto de vista, la acción más devastadora, metafóricamente hablando. Pero eso ya parece tema para un tercer capítulo, más interesante, si cabe.
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domingo, 4 de diciembre de 2011
JOSÉ LUIS SAMPEDRO
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sábado, 3 de diciembre de 2011
A REFRESCARSE UN POCO!!
EL ASTRONAUTA
El astronauta salió a reparar el maltrecho satélite que había sido su hogar durante el último año, perdido y a la deriva por la órbita de Venus. La Tierra estaba muy lejana, en el espacio y en el tiempo, tan lejana que parecía poco más que un sueño. Hizo una mueca al acordarse. Probablemente, alguien de ese mundo, que tenía ya una vaporosa consistencia en su memoria, le estaría echando de menos, pero por el momento no podía pensar en ello. Primero tenía que centrarse en los propulsores, fundamentales para poder regresar a casa. Esta vez, al menos, no era una avería importante y su vida no corría excesivo peligro, si se podía considerar que su situación no era peligrosa de por sí, expuesto como estaba a los indescifrables caprichos del cosmos. Lo mejor que podía pensar era que la avería de su nave no era cuestión de vida o muerte, como en otras ocasiones. La tecnología no era tan perfecta como pensaban algunos. Su compañero murió tres meses antes, intentando cambiar un panel transmisor. Su cable se rompió y se alejó sin remedio de la nave, flotando en el inmenso océano de estrellas y asteroides, sin rumbo, una travesía de la que ya no podría volver. Por suerte, en esta ocasión, el astronauta no iba a tener excesivos problemas en reparar los propulsores dañados él solo. No quería jugarse la vida a pocos días de acabar su misión en el espacio exterior.
Abrió la escotilla y flotó, envuelto por el rumoroso murmullo del viento sideral. Le gustaba esa sensación de libertad al salir al exterior, como si pudiera sentir el aire en la cara, a pesar de la escafandra. A sus pies, la Tierra, redonda y azul, parecía un remanso de paz, un planeta deshabitado, como tantos otros. Sólo por ese tono azul, el infinito mar, podía saber que se trataba del suyo y que estaba lleno de vida. Lo echaba de menos. Llevaba mucho tiempo en el espacio y, aunque no se encontraba del todo mal en soledad, añoraba ver a otros seres vivos. Siempre se había considerado un solitario pero, en todo este tiempo pasado en la órbita de Venus, había aprendido a valorar la compañía de los demás. El monitor que le mandaba información desde Houston, las llamadas del Presidente durante su campaña electoral, las entrevistas emitidas para medio mundo, empezaban a parecerle insuficientes. Necesitaba sentir el calor humano cerca de él, la cálida sonrisa de Nancy, los besos de Betty y del pequeño George al volver de trabajar. Tenía una foto de los cuatro junto al panel de mando. Se la hicieron en el Gran Cañón. Tras ellos, una maravilla de la naturaleza, roca excavada por el agua durante siglos, pero le importaba cien mil veces más la imagen familiar que había en primer plano. George no andaba aún.
Le quedaba una semana para volver y quería tener todo a punto para que no hubiera ningún error. Con gran soltura, engrasó los propulsores y reemplazó algún cable defectuoso. Cuando terminó la reparación, decidió separarse de la nave y dar un paseo sideral, a pesar del evidente riesgo. Revisó el cable de conexión a la nave para que su paseo no se convirtiera en un infinito viaje, como le pasó a su compañero, y se dejó llevar. Era como bañarse en una piscina. No podría describir la sensación de paz que le invadía, entre el silencio y la oscuridad. Dio vueltas en el vacío si perder de vista la Tierra. Desde allí sólo podía observar la calma que rodeaba al planeta, la lenta marcha de un planeta en su órbita, no le llegaba la febril actividad en que estaba sumergido: miles de coches, de trenes, fábricas trabajando a pleno rendimiento, el constante devenir de gente en la calles de las ciudades a cualquier hora del día o de la noche. “La Tierra nunca se detiene”, pensó el astronauta, echándola de menos una vez más, como casi siempre.
Le hubiera gustado saber qué estaría sucediendo allá abajo en ese preciso momento. Suponía que estarían pasando tantas cosas que era imposible imaginarlas una por una. Algunas de ellas serían maravillosas, estaba seguro: un nuevo amor, el nacimiento de un hijo, una espléndida noche de verano en cualquier parte… Otras, no lo serían tanto: guerras, hambre, enfermedades, degradación de la atmósfera, los males que siempre han existido y que continuarían amenazando con destruirlo todo. Sentía el mundo grande y pequeño a la vez, como si algo tan grandioso pudiera ser abarcado sin dificultad por la palma de su mano, como si, en el mismo instante, pudiese compartir cada acontecimiento en cualquier rincón del planeta con cada uno de sus habitantes. No podía quejarse, desde su lejano satélite, tenía la perspectiva de un dios. En el vacío, se perdía toda noción de tiempo y espacio, podía recorrer, con una sola mirada, distancias que, desde la superficie de la Tierra parecían enormes, pero empezaba a cansarse de tanta grandiosidad que, en el fondo, no servía más que para transmitir información de otro planeta, desértico, inhabitable.
Siete días más, después de todo un año y, cuando bajase, le esperaba la gloria: paseo triunfal por la Quinta Avenida, comidas de homenaje y agotadoras ruedas de prensa. No le gustaba pensar en eso, pero así es como tendría que ser. Lo soñó muchas veces antes de ser lanzado al espacio pero, una vez en órbita, se le olvidó. No valen sueños de grandeza cuando se está comprobando a diario lo pequeño que es el mundo, lo insignificante que es su existencia en las orillas del Universo. Había otras cosas que él valoraba muchísimo más desde que estaba allí arriba, cosas que en las que, hasta entonces, no había reparado en ellas. El viejo mundo, lejano y maravilloso… Quizá cuando se está en él no se podía tener tan claro lo decididamente estupendo que es vivir en la …
De pronto, notó un temblor, apenas perceptible, en la Tierra, y siguió otro y otro y otro. Hubo una gran explosión cargada de átomos radiactivos. Tras el humo, ya no había nada, el planeta Tierra se había desintegrado sin dejar siquiera cenizas. El astronauta contempló horrorizado el final de todas sus esperanzas, de la raza humana, el final de Nancy, de Betty y del pequeño George, el final del Gran Cañón del Colorado y de Houston, de la Quinta Avenida y también del señor Presidente de los Estados Unidos. Sintió que algo dentro de él se había roto para siempre. Tenía ganas de morir y, ciertamente, no le quedaba ya mucha vida, vagando solo en el infinito universo, sin calor ni provisiones, sin nadie a quien hablar. En el silencio, sólo se oía el continuo murmullo del viento sideral.
LAS TRES VELAS (SOROLLA)
jueves, 1 de diciembre de 2011
JAIME BALMES (1810- 1848)
PRIMERA PARTE
Estamos comenzando un siglo que se presenta, según todos los indicios, bastante convulso, en el que veremos cosas que ni siquiera imaginábamos y, por tanto, no conviene dar nada por sentado e inmutable. En lo económico, en lo político, en lo social, las ideas que hasta ahora han dado forma a un determinado modo de vida, se van viniendo abajo, mostrando su ineptitud para los tiempos venideros. Nos han hecho creer (y son millones los que aún lo creen) que vivimos en el mejor de los mundo posibles y que plantearse otra alternativa, otra manera de organizar el mundo es cosa de comunistas, locos, saboteadores, irresponsables, soñadores, resentidos y, en fin, toda clase de seres peligrosos y anti- sociales. Ese es el retrato de los que han decidido no seguir jugando con estas reglas.
De vez en cuando se alza alguna que otra voz más reconocida en el mundo de los biempensantes seguidores del sistema establecido: profesores universitarios, premios nobel, filósofos. Sus palabras que hacen dudar al que las escucha o las lee, pero tampoco es necesario prestarles mucha atención. Ellos no son el poder, no deciden nada y su opinión, como todas las opiniones, es relativa, cargada de subjetividad, como se supone que tiene el que ya ha tomado partido. Vale más seguir como hasta ahora. Aquí estamos bien, tenemos de todo y no hay nada por lo que luchar. Incluso tenemos elecciones, somos quienes decidimos nuestro destino. Puede que sea así, no nos vamos a engañar, y, en ese caso, es muy triste llegar a pensar que sea cierto. ¿Esto es realmente lo que queremos para nosotros? Nuestra mente no va más allá. Quizá sea amor a la seguridad que da vivir en un país desarrollado, tal vez sea miedo a sacar los pies del tiesto, nosotros, con un sueldo fijo y una hipoteca por pagar, probablemente con hijos y con un montón de obligaciones. No es la situación más oportuna para liarse la manta a la cabeza y echarse al monte o asaltar el palacio de invierno. Vivimos en una sociedad acomodada, con un estrecho horizonte construido y sostenido por gente importante y poderosa, una sociedad atrapada por los invisibles tentáculos de la sociedad de consumo, dependiente de las ventajas- trampa que nos prepara el poder económico y con unas ideas que no van más allá de nuestras narices, en el mejor de los casos. Eso sí, votamos cada cuatro años, con el gesto muy serio, conscientes de la importancia que tiene nuestro voto para enderezar el rumbo de nuestra nación. Eso es una democracia, sí señor.
En realidad, aquí lo que sobran son protestas y la falta de ganas por arrimar el hombro, esto lo he oído decir infinidad de veces. En todo caso, hay demasiados parados con tiempo para pensar en las razones de sus adversas circunstancias, y siempre se llega a la misma conclusión. En todas partes, gente que tiene las ideas muy claras, ha empezado a plantear sus necesidades, a expresar su indignación a viva voz, sembrando el desconcierto entre los que piensan que todo está bien.
Aún está todo bajo control, pero me temo que lo que está sucediendo en las calles sólo es una semilla. Poco a poco, a los que ostentan el poder les va a costar más convencernos de lo importante que resulta mantener el actual estado de las cosas por miedo al caos, porque, en el fondo, lo que se hace es perpetuar la injusticia, amparados en nuestro voto, en nuestra hipoteca. Ellos les sirven para justificar sus descarados robos, su forma de enriquecerse a costa de los demás, sus privilegios, sus atentados contra el planeta y, por tanto, contra la vida .Cada vez serán más los que ocupen la calle, exigiendo. Esto se llama revolución y, créanme, una revolución no es un asunto nada democrático. El pueblo toma las calles y acaba tomando el poder. Revoluciones ha habido muchas y de muy diferente cariz. Algunas incluso han sido beneficiosas y profundamente justas y además han supuesto un avance para la humanidad. Me refiero a las revoluciones del pensamiento, las que acabaron con siglos de tiranía y desfachatez impuesta por la fuerza de las armas. Pero cada vez menos surgen energúmenos ebrios de poder, capaces de imponer sus caprichos a toda una nación. Ahora somos más sutiles, todo es absolutamente legal y avalado por un montón de votos. Ni la justicia ni las urnas, podrían avalar toda una señora revolución que, por definición y por principio, es subversiva y altamente sediciosa.
Pero las revoluciones no se preocupan por mayorías silenciosas ni por sentencias, se dan contra toda justificación de los instrumentos de poder y (según la extendida “versión oficial”) contra toda lógica. Se dan, desde otro punto de vista, cuando es necesario que cambie el pensamiento de una época, a pesar de los pesares, a veces de forma violenta, a veces de forma violenta, según la época. Algunas de ellas dejaron un beneficioso cambio en la concepción del Estado, avanzamos desde las monarquías absolutas al sufragio universal, desde los derechos divinos a la separación de poderes. Todo surgió de una revolución: primero evolucionan las ideas y, más adelante, todo queda rubricado por hechos, a veces truculentos. Como dijo Ortega y Gasset, “las revoluciones se hacen revolucionariamente”. Pero la nueva revolución que está llegando ha de partir de otras premisas, es un cambio tan radical el que se avecina que sólo puede surgir de una previa revolución interior. Cambia el ser humano y, por lo tanto, cambia el mundo. Pero de eso ya hablaremos en el próximo capítulo.
De vez en cuando se alza alguna que otra voz más reconocida en el mundo de los biempensantes seguidores del sistema establecido: profesores universitarios, premios nobel, filósofos. Sus palabras que hacen dudar al que las escucha o las lee, pero tampoco es necesario prestarles mucha atención. Ellos no son el poder, no deciden nada y su opinión, como todas las opiniones, es relativa, cargada de subjetividad, como se supone que tiene el que ya ha tomado partido. Vale más seguir como hasta ahora. Aquí estamos bien, tenemos de todo y no hay nada por lo que luchar. Incluso tenemos elecciones, somos quienes decidimos nuestro destino. Puede que sea así, no nos vamos a engañar, y, en ese caso, es muy triste llegar a pensar que sea cierto. ¿Esto es realmente lo que queremos para nosotros? Nuestra mente no va más allá. Quizá sea amor a la seguridad que da vivir en un país desarrollado, tal vez sea miedo a sacar los pies del tiesto, nosotros, con un sueldo fijo y una hipoteca por pagar, probablemente con hijos y con un montón de obligaciones. No es la situación más oportuna para liarse la manta a la cabeza y echarse al monte o asaltar el palacio de invierno. Vivimos en una sociedad acomodada, con un estrecho horizonte construido y sostenido por gente importante y poderosa, una sociedad atrapada por los invisibles tentáculos de la sociedad de consumo, dependiente de las ventajas- trampa que nos prepara el poder económico y con unas ideas que no van más allá de nuestras narices, en el mejor de los casos. Eso sí, votamos cada cuatro años, con el gesto muy serio, conscientes de la importancia que tiene nuestro voto para enderezar el rumbo de nuestra nación. Eso es una democracia, sí señor.
En realidad, aquí lo que sobran son protestas y la falta de ganas por arrimar el hombro, esto lo he oído decir infinidad de veces. En todo caso, hay demasiados parados con tiempo para pensar en las razones de sus adversas circunstancias, y siempre se llega a la misma conclusión. En todas partes, gente que tiene las ideas muy claras, ha empezado a plantear sus necesidades, a expresar su indignación a viva voz, sembrando el desconcierto entre los que piensan que todo está bien.
Aún está todo bajo control, pero me temo que lo que está sucediendo en las calles sólo es una semilla. Poco a poco, a los que ostentan el poder les va a costar más convencernos de lo importante que resulta mantener el actual estado de las cosas por miedo al caos, porque, en el fondo, lo que se hace es perpetuar la injusticia, amparados en nuestro voto, en nuestra hipoteca. Ellos les sirven para justificar sus descarados robos, su forma de enriquecerse a costa de los demás, sus privilegios, sus atentados contra el planeta y, por tanto, contra la vida .Cada vez serán más los que ocupen la calle, exigiendo. Esto se llama revolución y, créanme, una revolución no es un asunto nada democrático. El pueblo toma las calles y acaba tomando el poder. Revoluciones ha habido muchas y de muy diferente cariz. Algunas incluso han sido beneficiosas y profundamente justas y además han supuesto un avance para la humanidad. Me refiero a las revoluciones del pensamiento, las que acabaron con siglos de tiranía y desfachatez impuesta por la fuerza de las armas. Pero cada vez menos surgen energúmenos ebrios de poder, capaces de imponer sus caprichos a toda una nación. Ahora somos más sutiles, todo es absolutamente legal y avalado por un montón de votos. Ni la justicia ni las urnas, podrían avalar toda una señora revolución que, por definición y por principio, es subversiva y altamente sediciosa.
Pero las revoluciones no se preocupan por mayorías silenciosas ni por sentencias, se dan contra toda justificación de los instrumentos de poder y (según la extendida “versión oficial”) contra toda lógica. Se dan, desde otro punto de vista, cuando es necesario que cambie el pensamiento de una época, a pesar de los pesares, a veces de forma violenta, a veces de forma violenta, según la época. Algunas de ellas dejaron un beneficioso cambio en la concepción del Estado, avanzamos desde las monarquías absolutas al sufragio universal, desde los derechos divinos a la separación de poderes. Todo surgió de una revolución: primero evolucionan las ideas y, más adelante, todo queda rubricado por hechos, a veces truculentos. Como dijo Ortega y Gasset, “las revoluciones se hacen revolucionariamente”. Pero la nueva revolución que está llegando ha de partir de otras premisas, es un cambio tan radical el que se avecina que sólo puede surgir de una previa revolución interior. Cambia el ser humano y, por lo tanto, cambia el mundo. Pero de eso ya hablaremos en el próximo capítulo.
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